Hugs for brands, segundo aniversario.

De pronto levantas la vista y ¡ya han pasado dos años! Es increíble lo deprisa que corre el tiempo. Sobre todo cuando lo disfrutas.

por Alex Martínez Moreno

Sí, hace poco más de dos años que inicié esta nueva aventura profesional llamada Hugs for brands. Ya sabéis aquello de que un abrazo es un apretón de manos desde el corazón. “¿Abrazos para marcas?” ha sido la pregunta recurrente. “Sí, y para quienes las manejan. Desde la consultoría creativa y estratégica. Desde el mismo lado de la mesa” ha sido la respuesta habitual.

Tras casi tres décadas ayudando a marcas desde la fórmula conocida como agencia de publicidad pude pensar que ya lo había visto y vivido casi todo, entre empresas nacionales y multinacionales, como copy, director creativo, director creativo ejecutivo, director general creativo, miembro del consejo de administración y del Worldwide Creative Council… Y puede que fuera así, desde ese lado.

Pero sentía que debía haber otra forma.

Más que cambiar, necesitaba expandir mi campo profesional. Ofrecer mi talento, entusiasmo y experiencia sin vender ninguna estructura ni producto comunicativo en especial. Cuando alguien viene a ti con un problema y necesita un abrazo, ese abrazo debe ser sincero, único y personal. A cada uno, el que necesite. Llamémosle Brandhugging.

Hugs for brands nació con tres normas que aún hoy siguen grabadas en piedra, y por este orden:

1.- Disfrutar de cada proyecto (ya sea S, M, L, XL o XXL) sintiendo que estamos aportando valor. Un abrazo que no conlleva un intercambio emocional no es un abrazo.

2.- Evitar la gente tóxica. Pocos lujos profesionales son comparables a trabajar entre afinidades complementarias, con gente buena que también es buena gente. Compartiendo causa desde el respeto y el aprecio, desde la honestidad y la verdad por cruda que esta sea.

3.- Tratar de vivir de ello, siendo tan pocos como sea posible y tantos como sea necesario. Si un abrazo es un intercambio, entre profesionales no podemos confundir entusiasmo con naiveté. Ciertamente trabajamos para que se nos remunere. Lo contrario no es trabajo, sino voluntariado.

Han sido dos años de exploración, trabajando con todo tipo de clientes, amigos y viceversa. Muchísimas gracias a los primeros que confiasteis en Hugs for brands. Un abrazo bien fuerte a tod@s, desde el gigante del cava al joven club deportivo, pasando por esa agencia creativa top de París y esas diversas e increíbles (en todas las acepciones de ambos términos) startups, también a esa gran marca de la distribución y esa tan pequeña que freía con cariño chips de autor (en la imagen que ilustra este post está el primer proyecto de Hugs) … Gracias a todos los demás también, incluso a esos proyectos que pudieron haber sido y no fueron. El momento llegará, si debe. Gracias por permitirme trabajar en proyectos tan distintos entre sí, en ámbitos tan diversos, y muy en especial a los que nunca hubiera tenido acceso desde la agencia de publicidad.

¿Qué he aprendido en este tiempo? Más de lo que soy consciente, seguro.

Entre otras cosas: la profunda confusión, a menudo interesada, en que se ven sumidos muchos responsables de marcas y lo necesario del sentido común, sin otro interés que el suyo. Lo absurdo de la endogamia, tan del adland, y lo irrelevante de la industria del ego. He aprendido de negocios, de proyectos que van viento en popa y de alguno que ha nacido y fenecido en este tiempo. Los errores son un gran docente, siempre que no te maten entre clase y clase. He comprobado que la honestidad (a veces brutal) es efectivamente un valor al alza. Decir a un cliente lo que debe escuchar en lugar de lo que quiere oír es extrañamente liberador. He comprobado que aportar hasta donde uno llega para dar paso a quien convenga es parte de la nueva normalidad…

Pero, sobre todo, he aprendido que el quid está siempre en las personas, en su voluntad colaborativa, en aportar valor a una causa común, en la química que surja entre los involucrados (sí, esa que diferencia un grupo de un equipo), en la capacidad de sumar skills, puntos de vista y ganas de hacer que las cosas pasen más allá de egos, posiciones e inercias. Brandhugging es eso. Y ocurre siempre entre personas.

Como dijo el gran Paulo Coelho, “un abrazo quiere decir: no me amenazas, no tengo miedo de estar tan cerca, puedo relajarme, sentirme en casa, estoy protegido y alguien me comprende. Dice la tradición que cada vez que abrazamos de verdad a alguien, ganamos un día de vida.” Ya van dos años. And counting!

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10 consejos gratis para gente que empieza

Por Álex Martínez Moreno

Dedicado a todos los estudiantes, becarios y juniors del mundo, a los que han decidido reinventar sus carreras, y muy en especial a mis alumnos de último curso. 

1.-NO SE TRATA DE QUÉ TE GUSTA, SINO DE CUÁNTO TE GUSTA.

El sueño de toda persona sensata es convertir aquello que le apasiona en su modo de vida. Pero, sorprendentemente, son pocos los que lo intentan realmente.

Puede que haya menos sensatos de lo que pensamos, o que la inercia nos lleve hacia otro lado de apariencia más confortable, o puede que simplemente lo que gusta no gusta lo suficiente.

Las pasiones también requieren sacrificios. Y esfuerzo.

La diferencia entre un hobby y una profesión es el retorno que esperas de ese esfuerzo. Y el esfuerzo que requiere ese retorno.

Recuerda la mítica escena de la serie Fama, donde la profesora Grant les espetaba a sus alumnos: «Buscáis la fama, pero la fama cuesta. Pues aquí es donde vais a empezar a pagar: con sudor». Cuanto más te guste lo que hagas, menos “precio” te parecerá. Porque el objetivo no es “me pagan” sino llegar al “y encima, me pagan”.

Tú estás empezando. Eres un lienzo en blanco. ¿Qué es lo primero que vas a escribir en él?

2.-DECIDE CÓMO DE BUENO ESTÁS DISPUESTO A LLEGAR A SER.

El mítico Paul Arden escribía “your vision of where or who you want to be is the greatest asset you have. Without a goal it’s difficult to score”. El título del libro donde lo escribió no es menos clarividente: “It’s not how good you are, it’s how good you want to be”.

Asume que la excelencia es el objetivo en todo lo que hagas, la consigas o no.

Si la mediocridad se termina imponiendo, no decaigas ni enloquezcas. El éxito no es una ciencia exacta. Pegúntate siempre ¿lo puedo hacer mejor? Si la respuesta es no, a por lo siguiente. Una profesión es una carrera de fondo que se alimenta de perseverancia.

 

3.-TEN CLARO QUIÉN PUEDE NECESITARTE Y PARA QUÉ.

Hay más de 7 mil millones de habitantes en este planeta, créeme, lo más probable es que nadie te esté esperando ahí fuera.

Haces lo que haces porque te apasiona pero, para que se convierta en un modo de vida, también tiene que gustarle a otros. Por lo menos lo suficiente como para estar dispuestos a pagarte por ello.

Analízate con objetividad y ten muy clara cuál es tu propuesta de valor. Qué aportas, a quién y por qué eres necesario.

Una vez tengas claras las respuestas, pasa al siguiente nivel: ¿En qué eres diferente y mejor que tus competidores?

 

4.-VE A POR ELLO SOLO SI TIENES LEGITIMIDAD PARA INTENTARLO.

Aunque no me avale dato científico alguno, me atrevería afirmar que el ratio de cantamañanas por cada 100 profesionales es hoy más alto que nunca. Puede que sea una de las herencias que nos ha dejado la Gran Recesión que todavía colea.

En cuanto la crisis entra por la puerta, la ética de muchos salta por la ventana. Procura que ese no sea nunca tu caso. Hagas lo que hagas, hazlo bien y buscando el bien.

Amas lo que haces. Te has preparado a fondo. Y sientes ese entusiasmo del que tiene mucho que aportar. Bien. Ésas, y por ese orden, son las prioridades que te harán sentir legitimado para acometer lo que te propongas. No lo olvides.

 

5.-PREPÁRATE A DAR, AUNQUE EN UN PRINCIPIO NO TE GUSTE LO QUE RECIBAS. 

La confianza llega cuando uno se la merece. Y la confianza es la clave del éxito, tanto en las relaciones personales como en las profesionales. Persevera. Si lo mereces, el retorno llegará.

No soy de los que creen en la justicia poética, pero sí en que “there are no short cuts to any place worth going” como afirmaba la soprano Beverly Sills. Tampoco creo en el masoquismo profesional como camino liberador.

Por el contrario sí creo que el trabajo debe ser una historia de amor, no un matrimonio de conveniencia. Y el amor hay que alimentarlo con generosidad, porque no acostumbra a ser equitativo.

Planteémoslo como el checkpoint de la balanza. Si al cabo de un tiempo razonable, a pesar de los pesares pesa más el platillo de los pros, considera que la cosa marcha bien. Si por el contrario pesa más el de los contras, considera el divorcio.

 

6.-LOS PRINCIPIOS SIEMPRE HAN SIDO DUROS. 

Quien diga que empezar ha sido fácil alguna vez, miente. No importa la época. Es estéril compararlas. Cada una brinda sus oportunidades y carga sus dificultades. Lo que realmente marca la diferencia es detectar las primeras y saber aprovecharlas, aun a pesar de las segundas.

De toda la gente que admiras, ¿cuántos crees que te dirán que el camino fue un lecho de rosas? Apuesto a que entre cero y ninguno.

Sí, empezar es duro. Pero, como apunta James C. Hunter en su estupendo libro La Paradoja, “los comportamientos positivos acaban generando sentimientos positivos”.

Primero hay que tener hambre. Luego, combinar bien los ingredientes. Adereza tu entusiasmo con perseverancia, ganas de mejorar y paciencia. Tendrás la receta de la cultura del esfuerzo. Primero, merécelo. Después, aspira a ello.

 

7.-CUANDO NO TIENES EXPERIENCIA, EL ENTUSIASMO ES TU PRINCIPAL ACTIVO. 

Bob Isherwood, director creativo mundial de Saatchi & Saatchi durante más de una década (y mi jefe durante un tiempo), afirmaba que “el talento sin entusiasmo sirve de bien poco”. No puedo estar más de acuerdo, y muy especialmente cuando empiezas.

La experiencia es importante, por supuesto. Y es prioritario adquirirla cuanto antes. Pero no la sobrevaloremos. Cada día de tu carrera vas a tener que demostrar que mereces lo que te pagan. De hecho, solo progresas si vales más de lo que cuestas.

Es importante acreditar tus skills de la mejor manera posible. Pero no te contratarán por lo que hayas hecho antes, sino por lo que crean que vas a ser capaz de hacer. Si la experiencia es un aval, el entusiasmo es un catalizador del talento. Úsalo.

 

8.-SÉ UNA ESPONJA.

Aprende con avidez. Cultívate. Refínate. Aprovecha cualquier oportunidad para absorber. Pregunta. Experimenta. Piensa. Comete errores. Si te caes siete veces, levántate ocho. Observa. Rodéate de todo el talento que puedas. Acércate a gente de culturas que admires. Recuerda que siempre se enseña más a quien más quiere aprender. Utiliza tu energía, porque como decía el mítico Paul Arden “la energía es el 75% del trabajo”.

Sé una esponja, pero no vivas en la piña debajo del mar. La verdadera inspiración está en la vida, no en la profesión.

9.-TAN IMPORTANTE ES APRENDER LO QUE HAY QUE HACER COMO LO QUE NO HAY QUE HACER. 

Jamás abandones el pensamiento crítico. Incluso si tiendes a sucumbir a la mitomanía. Decía Fernando Macía, el malogrado director general creativo de DDB Barcelona, que “lo peor de los genios es conocerlos”. Yo no soy quien para contradecirle, por suerte o por desgracia no creo haber conocido a ninguno. Lo que sí me atrevo a afirmar es que formarte junto a los mejores te permitirá aprender incluso de lo que hacen mal. Y eso es valiosísimo.

Las historias de éxito son tremendamente populares. Pero a menudo son más útiles las historias de fracaso. Lástima que, siendo muy superiores en número, son bastante más difíciles de encontrar.

Nacemos genéticamente preparados para el éxito, al menos en dosis razonables. Pero es en el fracaso donde debemos encontrar nuestra auténtica valía. La grandeza no está en no caer nunca, sino en cómo te levantas nuevamente.

Vas a cometer errores. Cientos de ellos. Y eso duele, créeme. Pero sirve. Es parte fundamental del juego. Aunque hay algo mejor que aprender de los errores propios: aprender de los ajenos. Sobre todo los que cometan tus superiores.

10.-NUNCA DEJES DE INVERTIR EN TI.

Hasta que la tecnología no me desmienta nacemos con fecha de caducidad, así que no hay tiempo que perder. Pero la vida profesional es como la personal, un camino largo y sinuoso. Quienes la plantean como un sprint suelen apagarse demasiado pronto, dejando tierra quemada a su paso. Considerando que solo se vive una vez, más vale considerar cada etapa como antesala de la siguiente.

Prepárate para una carrera de fondo. Estimula tu curiosidad. Trata de aprender de todo y de todos. Nunca dejes de formarte. Siéntete en BETA permanente.

Valórate y otorga valor a los demás, a las pequeñas cosas, a los detalles. Alimenta las sinergias y acabaras recibiendo mucho más de lo que des.

Parafraseando a Benjamin Britten, “aprender es como remar contra corriente: en cuanto se deja, se retrocede”. Siempre se aprende. Incluso cuando se desaprende.

Tú eres tu mejor baza. Y tu obligación es jugarla bien.

 

El Via Crucis del emprendedor

Por Alex Martínez Moreno

Cuando les contaba que había salido de la agencia para emprender mi propio proyecto, mucha gente coincidía en una primera apreciación: «¡Qué valiente!»

Sí, era el director general y máximo responsable creativo de un agencia de publicidad multinacional (J. Walter Thompson) y lo lógico a mis 50 quizá fuera seguir fosilizándome allí, pero sinceramente nunca he considerado la valentía como una razón para dar este paso y, puestos a pensar, se me ocurren un montón de motivos: Ilusión. Necesidad de aire. Un nuevo objetivo. Expandir mis límites profesionales. Afrontar nuevos retos. Construir por mí y para mí. Explorar. Trabajar solo con gente estimulante. Crecer. Ser el dueño de mi agenda.  Probar otra fórmula que la conocida como agencia de publicidad. Liberarme. Sentir la energía fluyendo de nuevo por mis venas. Salir de la zona de confort. Experimentar. Hacer las cosas de otra forma. Arriesgarme. Vivir cosas nuevas. Volver a disfrutar trabajando…

Pero ahora que ya tengo constituida mi propia empresa empiezo a entender el rol de la valentía. Creedme, jamás me hubiera imaginado que emprender en este país fuera tan rematadamente complicado y desesperante.

Vivimos en la era de la información, donde todo está al alcance de un click. ¡Y vaya si lo está! Pero la suma de ineficiencias endémicas de las distintas administraciones del Estado, históricamente desconectadas entre sí, añadido a la cantidad de trámites absurdos que estás obligado a padecer en un laberinto de idas y venidas, on y off line, sazonado por algún que otro funcionario con vinagre en las venas, hacen que emprender sea un auténtico Via Crucis que parece expresamente ideado para poner a prueba tu fe en tu proyecto.

Escuchas que en otros países todo el proceso se soluciona con un click, pero este es el país de don Mariano. No sólo el de Rajoy, sino el de Larra y su «Vuelva usted mañana». O, en versión actualizada, «vuelva a pedir cita previa».

Es desesperante. Mucho. Y es inevitable pensar que lo es a propósito, por algún sombrío motivo. Quizá a alguien le guste jugar al pinball con nosotros mientras nos quita el tiempo, el dinero y la paciencia. O quizá se quiera asegurar la subsistencia al gremio de gestores. O mantener ocupados a una cantidad absurda de funcionarios en una cantidad aún más absurda de instituciones públicas. Y a los notarios. Y a la Fábrica Nacional de la Moneda y Timbre… Sí amigos, también hay que pasar por la FNMT -previo pago de sus tasas- para conseguir un certificado electrónico sin el cual las Administraciones se cierran como almejas. (Ah, el certificado se autodestruye, como los mensajes de la TIA a Mortadelo y Filemón, y a los dos años tienes que volver a pasar por caja).

Me dicen que yo aún he salido bien parado, porque iba bien asesorado y porque afortunadamente existe la Cámara de Comercio y su increíble personal. Aleluya. Ya he salido del laberinto. Y con la ilusión intacta. Ahora solo queda trabajar.

Emprendedores de este país, mi más sincero reconocimiento. Hagáis lo que hagáis, no decaigáis. La Administración ha certificado una evidencia: sois unos valientes.

Amén.

 

Historias de éxito

por Álex Martínez

 

Según la Real Academia Española, entendemos por éxito el «resultado feliz de un negocio». Palabra que viene del latín exitus, «salida».   Quizá sea por eso, por etimología, que se asocie el éxito emprendedor casi inexorablemente a una buena venta.

Un amigo y compañero de profesión me dijo una vez que el problema de este país es que apenas tenía EMPRESAS, así en mayúsculas. Que éramos principalmente un país de vocaciones funcionariales y de pymes, porque estaba en nuestro ADN. Afirmaba que el mayor anhelo de nuestro empresario tipo era «bienvender», es decir obtener un buen dinero por su exitus. Mientras que en otras culturas, argumentaba, la mayor ambición era hacer crecer la empresa hasta convertirla en compradora en vez de vendedora.

Yo discrepé, naturalmente (me dolió, supongo que por alguna absurda reminiscencia de orgullo patrio). Y ejemplos para contradecirle no faltan. Pero, reconozcámoslo, son tan pocos que no sé si alcanzan para quitarle la razón.

Fijémonos en otra acepción de éxito: «buena aceptación que tiene alguien o algo». Lo cual nos lleva a preguntarnos cómo es el relato del éxito en tiempos de la llamada «generación más preparada de nuestra historia». Cómo se comunica el triunfo cuando lo protagoniza esa misma generación que ha sido empujada a creer que si no eres tu propio jefe eres un looser, que todo es posible y todo está por hacer, que si no te va bien es básicamente por tu culpa y que emprender una startup es la autopista al cielo (o sea, la vía más rápida hacia el éxito).

No deja de sorprenderme que la medida del éxito en el entorno «startapero» se deduzca principalmente de dos sumas. Por una parte está la que se «levanta» en rondas de inversión  (curioso término que también se utiliza para describir a quien logra convencer a alguien con dudosos fines y le «levanta la camisa»). Por otra, la que se logra al vender el negocio. Y todo ello a mayor gloria cuanto menor es el tiempo en que se logra.

La noticia que ilustra este post es solo un ejemplo. Pero es un ejemplo notorio. La imagen principal de la portada de La Vanguardia muestra tres jóvenes exultantes de alegría y al pie leemos «Una historia de éxito en el 22@» (nota para foráneos: el 22@ es el barrio techie de Barcelona). Y ese éxito no es otro que haber logrado «bienvender» su empresa a una multinacional.

El hecho no es criticable, desde aquí felicito a la gente de Social Point (250 millones de dólares son una suma envidiable). Lo que me llama la atención es cómo se cuenta su éxito, y que vender se considere el summum del logro empresarial.

Generalmente el relato del éxito tiende a dejar en segundo plano el propósito de la empresa. Aquello por lo que nació, por lo que es útil a la gente, por lo que sus usuarios han querido que forme parte de su vida.

Siempre he creído que es un error confundir los propósitos con los fines. En comunicación es grave. Pero aún lo es más emprendiendo.

Siempre he admirado a la gente que ama lo que hace y que hace lo que ama. Insisto: en lo que hace, no en lo que gestiona.

Quizá sea un romántico contracultural, como me dijo alguien hace poco. Pero creo firmemente que sólo si amas profundamente lo que haces, eso que haces terminará amándote a ti. Si, además, tienes la dosis adecuada de talento y te rodeas de quien debes, eso que haces estará cada vez mejor hecho. Dice Toni Nadal, el tío y entrenador del supertenista Rafael Nadal, que «es imposible mejorar si no amas lo que haces».

Esa clase de pasión siempre es contagiosa. Es oro puro para la comunicación. Se inoculará en tus colaboradores, en todos los eslabones de la cadena de valor, en tus clientes, usuarios o prosumidores. Todo ello te hará ser mejor en lo que haces.

En mi opinión, ahí están las claves del éxito que deberían estar bajo los focos. Las que deberían servir de inspiración y de ejemplo. Y no tienen nada que ver con atraer la mirada de un gigante multinacional. Éxito, no exitus.